sábado, 13 de abril de 2013

Dosis de surrealismo III: Teatro del absurdo

                                                     
Tarde - noche recién llegada.

La jornada laboral ha sido dura, como siempre. Y como siempre el Casablanca nos acoge en su seno. Los que allí nos reunimos a diario, lo único que pretendemos es hacer las horas previas al descanso más distendidas, relajarnos y olvidar, o al menos, dejar fuera de aquellas paredes, las tribulaciones del día a día, que, por regla general, aunque no siempre, claro, no tienen importancia vital, aunque nosotros solemos darles prioridad máxima, y como moscas -todos conocemos el adjetivo atribuido a dichos insectos- vienen a zumbar en círculos alrededor de nuestras cabezas. Y allí, entre charlas, buena compañía, músicas, revistas, juegos y unos cuantos etcéteras que se puedan ocurrir, esas moscas - todos conocemos el adjetivo atribuido a dichos insectos- se aburren y se van. 

Acabamos de llegar, el que en ese momento era mi novio al más puro estilo convencional, y yo. No puedo recordar quiénes eran los que allí ya se encontraban sentados en varios taburetes en la barra, aunque sin necesidad de recordar con exactitud podría recitar algunos de sus nombres, puesto que siempre eramos los mismos. Estaban charlando, mientras se escuchaba el sonido de la tele puesta. Llegamos y nos unimos al grupo. La tele se encuentra en la pared, colgada a la izquierda de la puerta de entrada justo a su misma altura, de manera que la persona que sube las escaleras para entrar no puede verla, hasta que ha entrado al local y se coloca frente a ella.

En la tele empiezan a hablar de algo que debe ser interesante, porque capta la atención de todos los allí presentes. Así que, abandonamos la charla y todos sentados en los taburetes, frente a la tele, mirando hacia arriba muy concentrados en el aparato y en lo que de su interior salía. En eso nos hayamos cuando por el rabillo del ojo vemos a alguien que sube por las escaleras. Pero, lo que dicen en la tele debe ser tan cautivador que nadie mueve un músculo ni pestañea, cuando vemos a ese cliente amigo llegando. Ve la escena que estamos representado a través de la cristalera y lleno de curiosidad rápidamente entra para ver  qué están emitiendo que tan absortos nos tiene, cuando en el mismo instante de su entrada, la tele se apaga, él se gira mira la tele y la ve apagada, un silencio absoluto, y a todos nosotros, que no nos habíamos movido aún, pendientes de una pantalla negra. Todo sucede en décimas de segundo, y el pobre con cara de espanto, dice:

- ¡¡¡Ehhhhh !!! ¿¿Pero qué estáis haciendo??

(Dicho en voz muy baja y hasta un poco asustado: todos recordamos la primera parte de la película Poltergeist).

Nos damos cuenta de la estampa y ya pues se puede uno imaginar el cachondeo.

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