domingo, 8 de septiembre de 2013

Brujas

Capítulo I: Él Útero



Imagen de Vicoolya & Sia

IV. La dilatación 



La habían arrancado de la seguridad de su hogar y, entonces fue cuando Virginia reaccionó.
Ella no había sido consciente de la muerte de su madre hasta que tuvo que marcharse. Había permanecido aquellos años desde su muerte, en el letargo de conciencia que su progenitora consideró más adecuado, hasta que una vez pasaran unos años su hija fuese lo suficientemente fuerte para afrontar lo que se le avecinaba una vez ella muriera, y es que ninguna bruja podía hacer uso de su magia si el ascendiente más directo de su linaje no se había marchado de este mundo. 

Y Virginia era aún demasiado joven. Cuando tuvo que marcharse de la cabaña debió de afrontar dos hechos: uno, la muerte de su madre y dos, la gran responsabilidad que ahora tenía en sí misma. Ella no quería hacer daño a nadie, pero sabía que el corazón tiene sus propias leyes y que puede resultar imposible domarlo cuando se desboca.

Una tarde del tercer otoño, próxima al ocaso, la trajo de vuelta, y las lágrimas que cesaron de brotar dieron paso a un suave viento, una ligera brisa que la envolvía en una nube impregnada de un aroma entre floral y almizclado. Sumergida en una paz indescriptible sintió su propia fortaleza y supo que estaba a punto de llegar. De forma incomprensible supo de ese vínculo que, lo quieras o no, está. Fuerte, férreo, irrompible.

Ahora tenía todo el poder y la cabaña la estaba reclamando.

                                                                                 * * * * *

Marcelo llegó a la cabaña casi con lo puesto. Todo, desde hacía un mes, era intrigante y expectante. Sus sueños, sus ensoñaciones, le habían cambiado la vida. Solo necesitaba llegar, llegar de una vez a aquel sombrío lugar, no necesitaba darle vueltas a las cosas que se iba a llevar, sabía que poco iba a necesitar de sus pertenencias. 

- Las necesidades se las inventa uno mismo, solía decirle su compañero de cuarto en la residencia universitaria. 

Siempre le intrigaron esos arranques de sabiduría en ese chico tan, aparentemente, loco y frívolo, que acababa dejándolo boquiabierto con afirmaciones como esta que sentaban cátedra. 

Así que, con esa frase continuamente en su cabeza, hizo las maletas, llevándose exclusivamente ropa y artículos de primera necesidad, entendiendo por estos, algunos libros y toda su colección de música almacenada en su reproductor de mp3. Parecía increíble que décadas de arte musical pudieran caber en algo tan minúsculo. Y su caleidoscopio. Lo había acompañado desde siempre. Era un legado de su abuela, a la que nunca conoció. Desde pequeño había sentido fascinación por la magia de formas y colores y era capaz de pasarse horas contemplando aquel  artilugio. 

Pagó al taxista, que a regañadientes lo había llevado hasta allí desde la aldea. Ahora estaba solo. Con dos maletas en el suelo y una mochila colgada a la espalda, frente a la, contra pronóstico, majestuosa cabaña. Hubiera jurado que en las fotos parecía más pequeña y destartalada. El corazón galopaba desbocado en su pecho, queriendo salirse por su garganta, hasta le temblaban las piernas, pareciera que estaba a punto de conocer a la mujer de sus sueños. Realmente así era. 

Al entrar solo se escuchaba su respiración y el crujir de las maderas bajo sus pies pero aún así, ante tan aplastante soledad, él saludó tímidamente:

- Hola, ya he llegado, al fin me tienes aquí. 

No sucedió nada. Así que con una sonrisa que estaba al borde de convertirse en carcajadas, por los nervios y la excitación de encontrarse al fin allí,  se puso manos a la obra y empezó a acomodarse en su nuevo hogar. Todo estaba limpio y reluciente, listo para empezar a vivir, literalmente hablando. 

A media noche, sumergido en un profundo sueño, vagaba por el bosque tratando de encontrar el manantial, desesperado corría hacia un lado y hacia el otro, estaba perdido, escuchaba atentamente pero no oía el fluir del agua. Todo a su alrededor se había quedado hueco, sordo. 



- ¿Dónde estás?, guíame, tengo que encontrarte, - gritaba una y otra vez como loco.

- Ya no he de llorar más. No temas, ya estoy aquí, - le contestó dulcemente una voz femenina. 

En ese momento despertó. No vio a nadie, pero sabía que seguía allí con él. 

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